Vivimos en la era de la “cabeza parlante”, con programas de reality shows en la televisión, noticias las veinticuatro horas al día y charlas en la radio. Aunque no todo es malo, hemos aprendido a “emitir” más que a “sintonizar”. Salomón dijo: “En las muchas palabras no falta pecado; el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10:19). En otras palabras, si no tienes nada que decir, ¡no digas nada! ¿Por qué? Porque cuanto más hables en ese momento, menos gente te va a escuchar (o a respetar). Se dice que Dios diseñó los oídos para que estuvieran siempre abiertos y la boca para estar cerrada, ya que por sólo escuchar difícilmente te metes en problemas. Salomón escribió: “El que ahorra palabras tiene sabiduría... Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio” (Proverbios 17:27-28). Así que, si no puedas mejorar una situación silenciosa, ¡quédate callado!
En Proverbios 1:22-23 se menciona a personas que son ingenuas e insensatas, que literalmente significa: ‘bobos’, ‘torpes’ o ‘lentos” y describe a aquéllos que son insensibles hacia los pensamientos y sentimientos de los demás. Todos hemos estado a merced de ese médico que nos trató con frialdad, el profesor que nos adormeció con su discurso o el vendedor que se centró sólo en su comisión. William C. Tacey escribió: “A los malos oyentes se les clasifica desde impacientes (“¡Eso no es nada! Espera a que te cuente lo que yo he hecho”) hasta los que están tan absorbidos en sus propios pensamientos que no se dan ni cuenta de que alguien está hablando. Si quieres comunicarte con eficacia, aprender a escuchar activa y constructivamente es tan importante como aprender a hablar”. Recuerda que el chismoso habla de otras personas, un pelmazo habla de sí mismo, pero un hombre sabio te habla a ti acerca de ti, y después escucha a lo que tienes que decir. Si eres un buen escuchador, la gente no sólo irá a buscarte, te harás más sabio, y también ganarás amigos.