Bucador Google

Búsqueda personalizada

El poder de la esperanza










Dejamos para este capítulo la octava receta del Fabricante: confiar en Dios y tener esperanza. Pero, esta “medicina” ¿realmente funciona? La religión ¿hace algún bien real en la vida de quienes la practican? El psiquiatra Harold Koenig, de la Universidad Duke, en los EE.UU., es uno de los científicos que han estado investigando la relación entre religión y salud. Según él, no hay efecto alguno en decir que se es espiritual y no hacer nada. Para disfrutar de los beneficios de la religión, debemos estar comprometidos con ella. La persona debe asistir a los servicios, ser parte de una comunidad, y expresar la fe en el hogar a través de la oración, el culto familiar y el estudio de la Biblia. Las creencias religiosas tienen que influir realmente en la vida para que también influyan en la salud.

La participación religiosa reduce el estrés psicológico, lo que disminuye la inflamación y la tasa de acortamiento de los “relojes biológicos” celulares llamados telómeros. Ellos se acortan en cada división celular, y cuando desaparecen las células mueren, lo que causa la degeneración del cuerpo. Esto explica por qué la mayoría de las personas muy religiosas viven un promedio de siete a catorce años más.1

Así, la religión solo hará bien si se la practica y si es positiva, y centrada en una buena relación con Dios y con el prójimo; esto nos lo recuerda Santiago 1:27: “Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en mantenerse limpio de la maldad de este mundo”.

La verdadera religión es práctica, y nos hace mejores personas aquí y ahora. Al mismo tiempo, apunta a un futuro de esperanza. La esperanza es la principal emoción en relación con el futuro. Esta cualidad, junto con el optimismo y la capacidad para mantener buenas relaciones, es la mejor prevención contra las enfermedades mentales.

La esperanza nos da resistencia a los golpes. Cuando ocurre un desastre natural o una desgracia personal, quienes creen firmemente que hay una solución experimentan una medida adicional de fuerzas para recuperarse de las pérdidas materiales y de su propio abatimiento.

Explicaba el psicólogo Viktor Frankl que casi todos los sobrevivientes de los campos de concentración nazis se salvaron porque mantuvieron hasta el final la esperanza de ser liberados, porque no aceptaron el pensamiento de que era el final de sus días y se concentraron en la esperanza de ser liberados algún día de ese infierno.



PARA AUMENTAR LA ESPERANZA


Si la esperanza es una condición tan importante y afecta a tantas áreas de nuestro presente y futuro, debemos conocer la manera de promoverla. Vea una lista de consejos para que usted pueda fortalecer y desarrollar la esperanza:

Desarrollar pensamientos llenos de esperanza – Al mirar hacia el futuro, esfuércese por ver buenos resultados y experiencias satisfactorias. Lo que se espera al inicio determina el estado final de las cosas. Y, cuando pase por una experiencia positiva, reflexione sobre las cualidades positivas que la hicieron posible.

Rechazar los pensamientos negativos – Muchos pensamientos pesimistas contienen errores lógicos que tenemos que aprender a combatir. Si sus vacaciones no fueron buenas, no debe concluir que en el futuro serán siempre así. Debe buscar razones específicas, modificables, con el fin de obtener el control sobre los fracasos del pasado y tener esperanza con respecto al futuro.

Pensar en el pasado con tranquilidad – Mire los acontecimientos del pasado sin preocupaciones. Concéntrese especialmente en las cosas agradables, y muestre gratitud y aprecio por su experiencia de vida. Al hacer esto, verá el futuro de manera más feliz, pues hay suficientes bendiciones en el pasado como para mirar el futuro con esperanza.

Cambiar la rutina – Cuando la desesperanza abrume, cambie la rutina de alguna manera. Busque un lugar apartado, respire otro aire y distráigase con otra cosa. Invite a conversar a un amigo que no ha visto hace muchos años. Escuche una nueva canción. Y, si no guarda el sábado, ¿qué tal comenzar? Estas variaciones renovarán su espíritu hasta el punto de poder mirar el futuro con esperanza.

Cultivar el optimismo – La esperanza y el optimismo están estrechamente vinculados. Hay dos maneras de interpretar un mismo hecho: (1) “Probablemente este dolor de cabeza esté relacionado con un tumor”; (2) “Probablemente este dolor de cabeza no sea nada”. En ausencia de datos precisos, es mejor optar por la segunda forma de pensar. Todo tiene lados positivos y negativos. Tenga en cuenta ambos, evalúe la situación y reúna toda la información disponible. Luego, siéntase satisfecho con el lado positivo y disfrute de los resultados.

Leer y meditar – Tenga consigo buenos libros; libros que tengan contenido elevado y lecciones de sabiduría profunda. Medite en ellos, y encontrará la calma y la fuerza para revitalizar su esperanza. Los evangelios y los libros de Salmos y Proverbios poseen textos inspirados que han sido de apoyo y orientación para fortalecer la esperanza de un sinnúmero de personas.

Buscar un buen círculo social – La esperanza se ve reforzada por la presencia de personas esperanzadoras y positivas. Esto ejerce una acción beneficiosa. Trate de estar en compañía de los que tienen esperanza y hágase amigo de esas personas. Use su tiempo en compañía de personas de bien. Ofrezca su ayuda en lo que pueda, y será bien recibido y se sentirá más seguro.

Transmitir ánimo y esperanza a los demás – Parte de su crecimiento personal consiste en reflejar sobre otros su propia influencia positiva. Al hablar con alguien que está pasando por una situación difícil, anímelo y ayúdelo a escapar de la desesperación. Dirija su atención a otras cosas, agradables o neutras, hasta que pase la tormenta.

Cuidar de su bienestar físico – Mantenerse en forma, saludable y satisfecho son condiciones para afrontar el futuro con esperanza. Cuide su salud conscientemente para que sus pensamientos estén siempre llenos de esperanza. Ponga en práctica los consejos que ha aprendido en el capítulo anterior.



ESPERANZA RELIGIOSA


Además de ser una actitud positiva hacia el futuro y fuente de salud mental, la esperanza está estrechamente relacionada con la fe religiosa. La mayoría de las religiones se basa en la esperanza o tiene un fuerte componente de ella. Para el creyente, la esperanza es un don de Dios que une el pasado con el presente y el futuro para proporcionar un final feliz y definitivo.

Anote las características más sobresalientes de la esperanza en el contexto religioso:

Se refiere a la esperanza de la salvación – La esperanza religiosa ofrece la solución definitiva al problema del sufrimiento. La salvación eterna se consigue de acuerdo con el plan establecido por Dios mismo: “La esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2).

Es esencial para la supervivencia – En un mundo lleno de injusticia y sufrimiento, necesitamos encontrar refugio en las palabras del salmista, quien ofrece la esperanza en Dios como un medio de sustento vital: “¡Yo estoy seguro, Señor, que he de ver tu bondad en esta tierra de los vivientes! ¡Espera en el Señor! ¡Infunde a tu corazón ánimo y aliento! ¡Sí, espera en el Señor!” (Salmo 27:13, 14).

Su obtención requiere algo más que el esfuerzo humano – En el contexto bíblico, no es solo el interés y la decisión personal, sino la intervención divina lo que hace posible el gran don de la esperanza. El apóstol Pablo dice que la verdadera esperanza proviene gratuitamente de Dios: “Que nuestro Señor Jesucristo mismo, y nuestro Dios y Padre, que nos amó y nos dio consuelo eterno y buena esperanza por gracia […]” (2 Tesalonicenses 2:16).

Proporciona alegría – La esperanza religiosa no se demuestra mediante el sufrimiento y la penitencia. La verdadera esperanza es motivo de alegría, felicidad y bienestar. Pablo usa esta idea claramente: “Gocémonos en la esperanza, soportemos el sufrimiento, seamos constantes en la oración” (Romanos 12:12). “¡Que el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en la fe, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo!” (Romanos 15:13).

Permanece hasta el regreso de Jesús – La esperanza, según la Biblia, es la culminación del regreso de Cristo a este mundo, un hecho que indicará el final del miedo, la injusticia y el sufrimiento: “Aguardamos la bendita esperanza y la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).

Incluye la certeza de la resurrección – La esperanza cristiana anima al creyente a saber que un día resucitará para salvación eterna: “Hermanos, no queremos que ustedes se queden sin saber lo que pasará con los que ya han muerto, ni que se pongan tristes, como los que no tienen esperanza. […] El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:13, 16).

Se centra en una recompensa perfecta y eterna – La esperanza religiosa entra en una etapa totalmente diferente; otra dimensión, otro orden de cosas, y llega hasta la solución final y total. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, para que recibamos una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera. Esta herencia les está reservada en los cielos” (1 Pedro 1:3, 4).

Si la esperanza religiosa no es todavía parte de su vida, trate de tener esta experiencia. Estudie y acepte estas promesas como esperanza de salvación y vida eterna. Esta aceptación le proporcionará cambios que darán más sentido a su existencia y una esperanza mucho más completa.



RESTAURACIÓN
El padre de Ronald Mallett murió cuando él tenía sólo 10 años de edad. La causa fue un ataque al corazón como consecuencia del consumo de tabaco. Debido a esto, Mallett, todavía un niño, decidió que iba a viajar en el tiempo para salvar a su padre. Más tarde se convirtió en físico, estudió por años en la línea de lo que consideraba una posibilidad real. En 1973, con 28 años, recibió un doctorado de la Universidad Estatal de Pensilvania. Fue galardonado por su excelencia en la enseñanza y se convirtió en un profesor de Física en la Universidad de Connecticut, siendo apoyado en su investigación por científicos como Stephen Hawking y Michio Kaku.

El mayor problema en el plan Mallett era una paradoja complicada: En el caso de viajar en el tiempo y hacer que su padre dejara de fumar, se eliminaría la posibilidad de que él, todavía un niño, llegase a ser tan terco como para retroceder en el tiempo, ¡lo cual, obviamente, significa que no podría haber regresado al pasado!

El hecho indiscutible es que el pasado no puede cambiarse. Lo hemos visto en este libro. El futuro no nos pertenece. Lo que queda, entonces, es el presente y lo que hacemos con él. Cuando Laura decidió estudiar la Biblia y conocer a Dios, provocó una reacción en cadena con la que ni siquiera ella podía soñar. La decisión de Laura no podía cambiar el pasado, pero ayudaría a escribir un futuro de esperanza para ella y otras personas.

A medida que continuaba sus estudios de la Biblia y profundizaba su relación con Jesús, ella comenzó a sentir un malestar en relación con su padre. Esta vez era algo diferente. Antes, cuando pensaba en el hombre, sentía odio y desprecio.

¿Cómo podía ser tan insensible como para abandonar a su hijita e irse “disfrutar de la vida”? ¿Cómo podía ser tan egoísta y no pensar que eso iba a dejar marcas profundas en ella? Si no hubiese abandonado a la familia, tal vez la madre de Laura aún viviría, pues no estaría enferma de tanto trabajar para mantener a ambas.

La niña asustada no habría sido criada por una tía lejana, ni se habría hundido en los libros y en la carrera con el fin de reprimir el llanto del alma. No se habría convertido en una persona tan terca, ansiosa e intolerante con quienes la rodeaban en el trabajo, el único lugar en el cual todavía tenía algún tipo de relación social. Si el padre no la hubiese abandonado, sin duda no habría desarrollado una aversión hacia los hombres, y hoy podría tener su propia familia, esposo y, tal vez, hijos.

Laura no podía cambiar nada de eso, pero algo podía hacer: perdonar a su padre y reconciliarse con su pasado. Meses antes de descubrir lo que estaba descubriendo, esto sería imposible; pero, a partir de los estudios bíblicos, ahora las cosas eran diferentes. Ella era diferente. ¿Acaso no había recibido a su hijo de vuelta el padre del hijo pródigo? Entonces, ¿qué decir de los “padres pródigos”? ¿No merecen también el perdón? Tenía que hacerlo; por ella y por él. Este sería el primer milagro de una reacción en cadena.

Cuando atravesó la puerta de la casa de reposo, Laura sintió un escalofrío a través de su columna vertebral. El corazón se aceleró y las manos le comenzaron a sudar. ¿Tendría fuerzas? Habían pasado muchos años desde la última vez que trató, sin éxito, de entrar a ese lugar.

Con pasos lentos, ella entró en una habitación y se fue acercando a un señor de cabellos blancos, cuerpo encorvado, sentado en una silla de ruedas con la mirada perdida a través de una ventana. Estaba de espaldas a ella y no se dio cuenta de su proximidad. Laura se percató de cuán delgado estaba, con la piel casi pegada a los huesos debido al avance del cáncer; una sombra de lo que había sido.

Laura hizo una oración en silencio, reunió todas sus fuerzas y dijo casi en un susurro:

–Papá.

Esa palabra, esa voz… ¿Cuánto tiempo hacía que no las oía? Carlos se esforzó por girar la silla de ruedas y miró directamente a los ojos de la mujer que tenía delante.

–¿Hija? ¿Eres tú misma? ¿Viniste?

Las lágrimas comenzaron a fluir simultáneamente desde los ojos de ambos.

–¡No lo vas a creer! En este momento estaba mirando al cielo y me decía a mí mismo: Dios, si existes, dame una prueba de ello. Por favor, tráeme a mi hija aquí antes de que muera. Necesito pedirle perdón a ella, necesito…

La voz se quebró. El hombre conocido alguna vez como Carloso, por su fuerza, estatura y determinación, en ese momento parecía un niño indefenso. El “padre pródigo” estaba humillado, hecho un guiñapo, destruido. Se había hecho pródigo y había perdido lo que era más importante.

¿Qué haría el Padre celestial en mi lugar? Este fue el pensamiento de Laura. Y ella no esperó más. De un salto cruzó la distancia que la separaba de su padre y lo abrazó con fuerza, largamente, mientras lágrimas y más lágrimas bañaban su rostro.

–Papá, Dios existe, y solo él cumplió con tu pedido. Te perdono.

Ese fue el segundo milagro. Pero la historia no termina aquí.

Cuando Laura fue a trabajar el lunes, todo el mundo pudo ver que había algo diferente. Para empezar, ella entró en la oficina sonriendo y dio los buenos días a cada uno. Luego procedió a llamar uno por uno a su oficina. Al principio, nadie entendía nada. Luego llegó el turno de él.

–Siéntese, Pablo. ¿Todo bien con usted?

Pablo se sentó lentamente en la silla enfrente de Laura, evaluando cada expresión de su rostro, y pensó: ¿Estará enferma? ¿Habrá enloquecido de una vez por todas?

–Sé que usted y los demás habrán encontrado todo esto muy extraño. Por lo tanto, decidí hablar con cada uno de ustedes individualmente. No en mi condición de supervisora, sino en la de ser humano.

Pablo permanecía en silencio, casi sin parpadear.

–Antes que nada, quiero pedirle perdón. En los últimos meses, impulsada por mi ansiedad y pensando solo en los resultados de la compañía, terminé oprimiendo a todos ustedes. Creo que transformé sus vidas en un verdadero infierno.

Pablo se aseguró de no balancear la cabeza como asintiendo.

–Pero sucedió algo maravilloso en mi vida, que cambió completamente mi perspectiva. Parecerá extraño, pero es la pura verdad. No puedo decir otra cosa: tuve un encuentro personal con Jesús. Él me perdonó, me ayudó a perdonar a mi padre, a dejar mi pasado en el pasado y a mirar hacia el futuro con esperanza.

Laura tomó su Biblia con las dos manos y continuó: –Fue el estudio de este libro lo que ajustó el enfoque de mi vida, y me hizo ver que podía y debía ser otra persona. Las personas son infinitamente más importantes que las cosas y los números.

Mirando fijamente a los ojos del empleado, le preguntó: –Pablo, ¿me perdona? Perdóneme por todo el estrés que le causé y que, sin duda, debió haber afectado su salud y su familia. ¿Puede perdonarme?

Tragando saliva, él respondió vacilante: –Sí, Laura, puedo. Yo la perdono.

Laura se puso de pie, le dio las gracias y concluyó: –Le prometo que de ahora en adelante todo será diferente.

Este fue el tercer milagro. Pero…

Pablo salió de la oficina de la supervisora aún sin entender lo que había sucedido, pero se sentía bien. Se sentía aliviado. El tiempo para ir a casa había llegado. Se sentó ante el escritorio, tomó una hoja de papel y empezó a escribir unas pocas palabras. A continuación, colocó la hoja en un sobre, lo puso en el bolsillo de su abrigo y se fue a casa.

–¡Hola, querida! ¡Cuán hermosa te ves hoy! –y dio un fuerte abrazo a su esposa como hacía tiempo que no lo hacía.

Luego se arrodilló ante su hijo y le prometió:

–Ponte los pantalones cortos. En un rato vamos a jugar a la pelota en el patio trasero.

Y, mirando a su hija, la llamó: –Ven aquí, linda. Tengo una cosita para ti.

Pablo sacó el sobre del saco y se lo dio a Isabela. Pensando que era otra carta de la escuela con un informe de sus rabietas, su hija la abrió con miedo. Dentro había una hoja con las palabras “Te amo, querida mía”.

Con los ojos llenos de lágrimas, la niña se abrazó al cuello de su padre, quien dijo a todos, con firmeza y suavidad al mismo tiempo: –Estamos necesitando a Dios en esta casa. Estamos necesitando el amor. Y este fue el cuarto milagro.


EL DOLOR Y LA NOCHE PASARON


Puedo decir que gran parte de lo que me cupo escribir en este libro fue escrito en una cama de hospital y, mientras me recuperaba de una cirugía, desde mi cama en casa. Ni mi compañero de autoría, el Dr. Julián Melgosa, sabía de eso, pues mantuve la información restringida a un pequeño grupo de amigos y familiares que oró mucho por mí. De un momento a otro me diagnosticaron lo que parecía ser un tumor, un nódulo de dos centímetros que necesitaba ser eliminado inmediatamente con el fin de evaluar su naturaleza: si maligno o benigno. No hace falta decirlo: mi vida cambió de repente. Yo, que nunca había necesitado someterme a cualquier procedimiento médico más grave, podía tener cáncer. Hospitalización, batería de pruebas y programación de la fecha de cirugía.

Fui al quirófano un poco tenso, pero con la confianza de que Dios se encargaría de todo. No sé cuántas horas más tarde me despertaron en la sala del hospital con la visita del médico, quien me tranquilizó con la buena noticia: no era un tumor; solo un bulto sin malignidad.

Volví a casa aliviado y agradecido a Dios, pero sintiendo un fuerte dolor posoperatorio. En la segunda noche después de la cirugía, no pude dormir un minuto. Sentía los dolores más intensos de mi vida, y solo mi esposa vio mis lágrimas de desesperación. Pero el dolor pasó, el día amaneció y me fui sintiendo mejor día tras día. Esta experiencia dejará solo una cicatriz en el lado derecho del abdomen. Y, cada vez que la mire, hasta que Jesús venga, voy a recordarme a mí mismo el cuidado de Dios y los momentos especiales en que escribí este libro con oración, pensando en cada lector que tendrá contacto con el poder de la esperanza.

Aunque el desenlace de su caso no sea como el mío, no pierda la esperanza. Aunque su enfermedad sea grave y al parecer incurable, no pierda la esperanza. No sé cuáles son las heridas que la vida le impuso, pero sé una cosa: si usted se aferra firmemente de la mano de Dios, esas heridas se transformarán en cicatrices, y la noche dará lugar al amanecer. El dolor pasará. La batalla terminará. Créame, la esperanza existe, y es poderosa, real y tiene un nombre:

 Jesucristo.