Todos somos gente rota tratando de escondernos tras los arbustos para que nadie vea nuestro lado oscuro y vivimos llenos de culpa y vergüenza por las malas decisiones que hemos tomado. En ocasiones anestesiamos esa culpa entregándonos a un vicio, a veces la negamos o tratamos de justificarla con mentiras y con frecuencia nos castigamos con penitencias dolorosas disfrazadas de “sana doctrina”. Sin embargo debemos recordar que ninguna mala acción descuenta nuestra salvación. El Señor, en su multiforme gracia, nos ama tal cual somos y continuamente nos llama a salir de nuestro escondite; sólo debemos entrenar nuestros corazones para escuchar el amor de Dios por encima de nuestra vergüenza. Un mensaje para sanar las heridas del alma.