Muchos cristianos adoran a un Dios que no conocen, como hacían los romanos en el areópago. Adoran a un Dios castigador que impone reglas y juzga a los pecadores, haciendo de las iglesias un club de ‘santos’ al que es muy difícil ingresar. Pero para Dios no hay indeseables. Su gracia no discrimina. Jesús anduvo con pecadores, tocó a leprosos y enfermos, comió con recaudadores de impuestos y habló con adúlteros y prostitutas. Él rompió las reglas del juego y se rebeló contra el estado. El otro Dios que muchos no conocen, prefiere las peticiones de un pecador ordinario a las súplicas de un profesional religioso. Un mensaje para reflexionar.