¿Por qué será que en los tiempos antiguos los pecadores corrían hacia Jesús, mientras que hoy suelen huir de nosotros, sus seguidores? ¿Será acaso por nuestra intolerancia hacia los débiles y nuestra arrogancia al pensar que somos mejores, que somos santos? Es verdad que las personas que nos rodean nunca van a ser santas ni perfectas… pero nosotros tampoco. Sin embargo, cuando alguien está en pecado -según nuestra opinión-, estamos prestos a juzgarlo y condenarlo, olvidándonos de las veces que el Señor ha sido misericordioso con nosotros. Los conflictos y las diferencias con los demás son inevitables; está en nosotros elegir si respondemos a los pecadores con odio y rencor, o los aceptamos con gracia, en un acto del corazón.